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Héroes del Gobi 2014 1: desde Barcelona hasta las puertas de Siberia

Diez mil kilómetros dan para mucho. Esa es la distancia que separa Barcelona y Ulaanbaatar, la capital de Mongolia, el país de destino del 1r Raid Barcelona Mongolia, Héroes del Gobi, que se celebró del 2 al 30 de agosto de 2014. Un viaje a través de 9 países y seis husos horarios: España, Francia, Alemania, Polonia, Lituania, Letonia, Rusia, Kazajistán y Mongolia. Una expedición de aventura formada por dos vehículos y dos motos y que no estuvo exenta de las aventuras y anécdotas propias de un viaje de estas características.

Todo empezó el día 3 de agosto de 2014 en el mirador de Miramar de Barcelona, junto a un buen nutrido grupo de amigos que nos acompañaron hasta la salida de Barcelona, e incluso más allá. Los integrantes de esta primera expedición han sido Lluis y Emma del equipo The Polaroad Project, Pedro Lapa (que nos acompañaba en el vehículo de soporte), Roger Roig (a bordo de su Yamaha Teneré) y Alicia Sornosa, reconocida motoviajera que nos acompañaba en este viaje en su ruta hacia Tokyo. El grupo de viaje lo completa Nelson, Luis, Joan y yo (Ignasi) a bordo de un Toyota HDJ.

En un viaje tan largo a realizarse en un mes debes equilibrar los ritmos de las etapas para poder disfrutar de aquello que realmente convierte en único una ruta de este tipo. Es por eso que los primeros kilómetros de esta expedición, a través de Europa, los realizamos por autopista. Lyon fue nuestra primera parada, y Nuremberg nuestra segunda noche. Desde ahí bajamos un poco el ritmo para poder disfrutar de Breslavia y Varsovia, ciudad donde pasamos una tarde entera. La primera avería llegó pronto: el Toyota empezó a oler a aceite quemado en Nuremberg. Pudimos confirmar el diagnóstico tras elevar el coche en el taller y ver el aceite de la caja de cambios: estaba completamente quemado, por lo que alguna pieza estaba funcionando mal. Gracias a la habilidad de nuestro mecánico de soporte, Luis, y a la colaboración del taller Toyota de Nuremberg, pudimos reparar una avería que el mismo taller calificaba de prácticamente fatal en apenas una tarde y una mañana. Abrir la totalidad de la caja de cambio, cambiar la pieza rota, montar y partir. Por suerte, estábamos en Alemania, por lo que las piezas “no tenían que venir desde Alemania”, ya estaban ahí.

Varsovia significó un pequeño respiro tras muchos kilómetros a través de una lluviosa Europa. El casco antiguo de la ciudad es muy bonito, marco perfecto para una cena de grupo junto a un amigo español nuestro residente allí, quien nos contó las sensaciones de vivir en un país tan distinto al nuestro. Al día siguiente dejamos las autopistas prácticamente para todo el viaje, para proseguir la ruta por las carreteras nacionales rumbo a Kaunas, donde llegamos bajo una lluvia torrencial. Fue al día siguiente, antes de entrar en Rusia, cuando recibimos la noticia de que nuestro compañero de ruta, Roger, debía volver a España por motivos personales, por lo que nos despedimos de él y le deseamos un buen viaje de regreso.

Nosotros seguimos rumbo a la frontera por las carreteras en constantes obras de Lituania y Letonia. Ya en la frontera, pasamos relativamente rápido la parte letona pero en la frontera rusa tuvimos fiesta. He visitado en numerosas ocasiones Rusia por tierra y nunca he tenido problemas de ningún tipo con los agentes de aduanas, pero ese día nos tocó el “poli malo”. Alegando que cargábamos en uno de los coche más cerveza de la permitida en base a las personas de ese coche (porque estábamos cargando en uno la de todos), se negó a sellarnos la hoja de importación temporal de bienes. No fué suficiente explicarle que era para todos: tuvimos que luchar duro contra un agente que se escudaba tras esta excusa para arrojar sobre nosotros toda su rabia, llegando a oir lindezas de su boca sobre nosotros tan fuera de contexto que vamos a evitar transcribir. Finalmente, tras largo rato detenidos y varias inspecciones, se rindió a la evidencia y selló la hoja de importación. Por fin podíamos entrar en Rusia, con una buena anécdota en el bolsillo (afortunadamente). Repito: he viajado cinco veces a través de toda Rusia por carretera, desde Europa y la región del Cáucaso hasta Siberia y el lejano Este, y nunca he tenido problemas con sus autoridades, más bien al contrario, todo ayudas. Ese día nos tocó la oveja negra, esa oveja negra que a veces aparece en cualquier lugar y a cualquier hora… Esa noche dormimos en la provincial localidad de Velikye Luky, y al día siguiente llegamos a la capital, Moscú.

La llegada a Moscú significaba conquistar un primer hito en este viaje: haber cruzado gran parte de Europa y llegar a una ciudad repleta de historia. Una ciudad que sorprendió a todos por su modernidad y su vida. Moscú está muy renovada, repleta de turistas, y es una ciudad abierta al mundo y libre de muchos complejos. Durante el día de descanso pudimos visitar la Plaza Roja, la basílica de San Basilio, el Kremlin, navegar por el río y pasear por el mercado de barrio de Izmaylovo, donde se vendían desde matryoshkas hasta gorras de soldados auténticas y de imitación. Un buen punto y final para una primera e intensa etapa de este viaje hacia las tierras de Gengis Khan.

Se iniciaba así la segunda fase de Héroes del Gobi: cruzar Rusia y el sur de los Urales hasta Kazajistán, a través de sus carreteras federales y de la interminable taiga. La primera ciudad en nuestra ruta fué Nizhni Nóvgorod, una de las numerosas “ciudades cerradas” de la antigua URSS, llamada en esa época Gorki. Tras la caída del muro y el paso de los años, la ciudad perdió su función estratégica y se abrió al mundo, permitiendo la libre entrada de extranjeros. Hoy en día es una cuidada y bonita ciudad que nos regaló una preciosa puesta del sol sobre uno de los ríos más grandes del mundo, el Volga. Escenario perfecto para salir un poco de fiesta: unas copas en el bar musical para saborear estos primeros kilómetros a través de nuevos territorios.

Kazan, nuestra siguiente etapa, fue quizás la ciudad que más nos impactó a todos. Tiene un kremlin (recinto enmurallado) con una de las mezquitas más bonitas que hayamos visto. En Kazan conviven pacíficamente muchas religiones: suníes, ortodoxos, católicos, protestantes y judíos. La ciudad, también bañada por el Volga, respira de nuevo un aire de modernidad y tranquilidad ideales para el clásico paseo de tarde que marcaba el ritmo de viaje: conducción hasta primera hora de la tarde y turismo por la tarde-noche.

Dejar Kazan significaba ya adentrarse en las regiones más profundas de una Rusia inmensa. Rumbo a Ufá transitamos por carreteras repletas de camiones y empezamos a ver más indústria pesada. Apenas 500 kilómetros separan Kazan de Ufá, pero al salir de la república de Tatarstán y entrar en la de Baskortostán, donde se ubica Ufá, perdemos de repente dos horas debido a la división de los husos horarios en Rusia. El jet-lag aparece… ¡aunque deberíamos llamarlo road-lag!

Al día siguiente nos plantamos en la frontera kazaja a través de una bonita ruta que surcaba las colinas sureñas de los montes Urales y que pasaba por la división administrativa oficial entre Europa y Asia. Poco después de entrar en Asia salimos de la carretera principal para adentrarnos en las rotas carreteras secundarias rumbo a la frontera. El duro invierno y el tráfico pesado, sumado a la falta de mantenimiento, provocan la total rotura de algunos tramos de asfalto en estas regiones. Los 4×4 empiezan a trabajar de verdad. Seguimos entre baches, grava y asfalto hasta que llegamos a Troitsk, donde dormimos en un oasis en medio de la nada: el Hotel Tsentralnaya (hotel central), un antiguo edificio de estilo europeo reformado a todo gas, ubicado en esa pequeñísima localidad fronteriza al más puro estilo soviético. Celebramos nuestra próxima entrada a Kazajistán con un picnic en medio de la desolada plaza central de la localidad. Al poco aparece la policía, que simplemente nos pide que no bebamos vino en la calle, y nos desea buen viaje. Lo que os comentaba sobre las autoridades rusas: ningún problema.

Nuevo día y nuevo país. La entrada a Kazajistán fue rápida y no tuvimos ningún problema en ninguno de los dos lados, ni el ruso ni el kazajo. Las autoridades kazajas, más sonrientes que las rusas, nos preguntaban de dónde veníamos y a dónde íbamos. Como iba siendo habitual a lo largo del viaje, no entendían el porqué de nuestro viaje, y se partían de risa. No entienden por qué vamos conduciendo por tierra hasta tan lejos, porque (según ellos) consideran que no hay nada allí donde viven y por donde vamos a pasar, y además consideran que Europa, de donde venimos, es infinitamente mejor. Ellos están deseando venir hacia aquí, y nosotros deseando llegar hasta allí. ¡El mundo al revés!

Realmente el norte de Kazajistán es un lugar desolador, pero precisamente por eso llama la atención. Los miles de kilómetros de campos de trigo y estepa, surcados por unas carreteras y caminos en mal estado, hacen de este lugar un sitio bastante apartado. Aquí no hay turistas al uso, sólo algunos (muy esporádicos) que, como nosotros, están de ruta hacia algún sitio más lejano. No hay nada que hacer aquí, más que seguir adelante. Es por eso que resulta interesante cruzar estos territorios: porque están prácticamente igual que hace años, y es muy probable que nunca más los visitemos, pues están totalmente alejados de cualquier circuito turístico. Casi todo funciona a la vieja usanza. Aún se puede respirar el ambiente de la extinta Unión Soviética en estas regiones, y se dibuja la dureza de la vida durante el frío invierno estepario en esos pueblos de casas de madera con techo de chapa y en esas ciudades provinciales grises y sin mantenimiento, entre estepas enormes con pastores a caballo vigilando precisamente manadas de caballos.

Pese a ello, hay lugares encantadores en Kazajistán. La ciudad de Kostanay está de gala, pues son sus fiestas de aniversario. El corto verano estepario ha hecho florecer los jardines en los parques y avenidas. La gente sale a la calle a aprovechar el buen tiempo. La mezcla aquí es increíble: puedes ver gente con características propias de muchos lugares: kazajos, europeos, caucásicos, mongoles… Se están celebrando muchas bodas, y nos entretenemos charlando con los novios y sus invitados, que se hacen fotos en las avenidas principales de la ciudad, en plena fiesta.

Al día siguiente cruzamos el norte hasta la región de los lagos del Parque Natural de Burabay, una región aquí sí más turística, conectada con la capital por una flamante y nueva autopista de tres carriles prácticamente vacía. En la zona de los lagos vemos un Kazajistán verde como nunca, con bosques y paisajes increíbles. Un oasis en medio de tantísima estepa. Es allí donde también pisamos pistas de manera más continua, cruzando la región por pueblos apartados y unidos por caminos de tierra en mejor o peor estado. Celebramos la llegada a los lagos con una cena a base de un cubo entero de rebozuelos comprados a pié de carretera. Exquisitos.

A Astana llegamos a mediodía tras disfrutar un poco más de los lagos. Necesitamos reponer fuerzas, por lo que pasamos la tarde descansando, cargando provisiones, limpiando los coches y ajustando cosas. No es hasta después de la cena en el restaurante Époxa, decorado al más puro estilo soviético, que salimos a pasear un poco por la ciudad, ya de noche. Una fantasía de edificios ideados por diferentes despachos arquitectónicos de todo el mundo presididos por la Torre Bayterek, una curiosa torre con una bola dorada encima que alberga el molde en oro de la mano del presidente. Él fue quien trasladó la capital del país desde Almaty (al sur) hasta aquí, alejándola así de las posibles tensiones territoriales que pudieran surgir en la región más cercana a Kyrgyzstan, Uzbekistán y el valle de Fergana. Antes, la pequeña ciudad se llamaba Akmola, pero al trasladarse hasta aquí todo el operativo estatal, hace apenas catorce años, se rebautizó la ciudad como Astana y se empezó a construir como si no hubiera un mañana a lo largo de enormes ríos de asfalto. Hoy Astaná es una especie de espejismo en medio de la estepa, una ciudad preparada para absorber muchísima más población de la que realmente vive en ella. Si buscaban un lugar aislado, lo han encontrado. Más bien, lo han construido.
Nosotros debemos seguir nuestro viaje sin prisa pero sin pausa. La etapa siguiente es muy dura: 780 kilómetros a través de carreteras rotas y unas regiones muy remotas, rumbo a las puertas de Siberia. Dormimos en Semey tras un largo día de ruta, agotados, pero felices por haber finalizado otra fase más de este viaje: cruzar Kazajistán. Mañana nos adentramos en el Altai ruso, antesala de Mongolia. ¡Lo mejor está por venir!