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Un día con Ian Coates saboreando sus 13 años en moto por el mundo

Los inicios siempre son curiosos, y en el caso de Ian Coates  aún más. Inglés, de 70 años y nacido en Hebden Bridge , Ian fue mecánico durante toda su vida profesional. Hace aproximadamente 13 años lo tenía todo a punto para jubilarse y se le encargó un último trabajo, bastante atractivo. Se trataba de traer un Land Rover desde Sudáfrica hasta Inglaterra, por encargo. Problemas burocráticos impidieron que el todo terreno pasara de Kenya y tuvo que volver hacia Johannesburgo, donde todo indicaba que tomaría un avión para volver a casa. Casado, con hijos y nietos, Ian decidió llamar a su mujer y decirle que por favor le enviara su motocicleta Africa Twin del 1991, que volvería a casa rodando con ella. Sólo unos meses, eso sería todo. Su mujer así lo hizo e Ian inició el viaje de regreso, cruzando África por la costa este. Tardó un año y, al poco de llegar a casa, mandó de nuevo su motocicleta por barco a Australia. Aún no ha vuelto, aunque asegura que está de vuelta a casa.

Esta increíble y para muchos inverosímil historia es la que protagoniza aún a día de hoy Ian, a lomos de su Africa Twin repleta de recuerdos de sus 13 años en la carretera. Se dice de él que es el viajero en moto más veterano y que lleva más tiempo dando vueltas por el mundo de manera ininterrumpida a día de hoy, aunque es éste un título confuso que muchos afirman ostentar. El caso es que Ian lleva mucho tiempo rodando en moto y tiene cuerda para rato. Coincidiendo con su visita a España en febrero de este mismo año, el motorista madrileño Víctor Rider convocó una ruta para acompañar a Ian por nuestra geografía. Unos cuantos fuimos a recibir a Ian al puerto de Barcelona y a pasar un agradable día con él repleto de historias de todos los rincones del mundo.

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Vimos a Ian por primera vez saliendo del puerto a lomos de su veterana moto y vistiendo una chaqueta impermeable amarillo chillón, reflectante. Pantalones negros y botas negras. Aparcó en la acera y nos saludó a todos cálidamente. La barrera del idioma no fue un impedimento para que al poco rato entablásemos las primeras conversaciones con él, hasta que decidimos dar a Ian una vuelta por la turística Barcelona. Primera parada obligada: Sagrada Familia.

Así que hacia allí nos dirigimos en convoy, por las calles de Barcelona. Un nutrido grupo de motos custodiando a una moto de aspecto 100% aventurero no pasa desapercibido, como no pasaba desapercibido ningún detalle para Ian, que iba contemplando todo lo que veía por donde pasábamos. Finalmente llegamos a la Sagrada Família, aparcamos las motos y visitamos los alrededores a pié. Ian nos contó que no le gustan las ciudades, suele evitarlas en sus viajes y, aunque estaba disfrutando de la visita, se sentía extraño pues no era ese su entorno habitual.

Decidimos partir hacia el antiguo circuito urbano de carreras de Montjuich, hoy en día transitable y en desuso desde los años 70. Ante las fuentes de Montjuich, propusimos a Ian ir a comer un arroz a Rubí, localidad en el otro lado de la sierra de Collserola barcelonesa. Así hicimos, enfilando el antiguo trazado del circuito en sentido contrario y subiendo por la montaña, disfrutando de unas buenas vistas de la ciudad. Tras completar la vuelta, volvimos a la grandilocuente avenida Maria Cristina y cruzamos Barcelona para subir la montaña de Collserola. La vista era increíble en un día soleado como ese e Ian iba disfrutando del paisaje a medida que ganábamos altura, así que decidimos parar en el mirador del Tibidabo para contemplar una espléndida Barcelona bañada por la luz del sol en uno de los días más claros de los últimos meses.

Ian nos contó que inició su vuelta al mundo sin prisas, siendo esa su filosofía sobre la moto. Su regla es sencilla: la regla de 100/100. No pasar de 100 kilómetros por hora y parar máximo cada 100 kilómetros, ni que sea a dar un pequeño paseo. Bajo esas premisas a las que se ha mantenido fiel desde el inicio, ha recorrido toda África de sur a norte para, desde su hogar, mandar la moto a Australia y recorrerla entera, junto a la vecina Nueva Zelanda. El siguiente gran salto transoceánico le colocó en Sudamérica, que recorrió de sur a norte para, en Panamá, embarcarse como mecánico en un barco que le llevó a prácticamente la totalidad de las islas del Pacífico mientras, a cambio, hacía labores de mantenimiento mecánico al buque. Llegó a Nueva Zelanda con el barco y con él regresó de nuevo a Panamá. Ya habían pasado muchos años, muchos, pero no suficientes. Ian tomó rumbo al norte, cruzando América Central y América del Norte. El siguiente salto de continente fue hacia el oeste, entrando en Rusia y cruzándola de este a oeste, al revés que la mayoría de overlanders, para luego entrar en Europa y recorrerla en su totalidad hasta el día de hoy. Sin prisa, sin pausa, saboreando el camino y disfrutando de las gentes, los lugares y las vivencias del ayer, del presente y las que están por venir. Cultivando amistades en todos los rincones que pasan, amistades que lleva consigo en las centenares de pegatinas y dedicatorias que pueblan todos los rincones de su África Twin, su casa rodante durante todo este tiempo.

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Se nos hacía tarde, eran ya pasadas las tres y media del mediodía y seguíamos en el Tibidado charlando. Ian, no obstante, no comentaba nada sobre la prometida paella. Era paciente y amable, educado. Decidimos ir a comer ya porque, pese a estar pasando un buen rato todos juntos, era demasiado tarde y seguramente Ian, pese a no quejarse, estaría hambriento. Así que llegamos al restaurante a tiempo para degustar un excelente arroz que comimos entre risas y conversaciones sobre viajes, protagonizadas por las miles de anécdotas de Ian.

Una vez, estando en una embarrada Siberia, se encontró un pequeño pueblo donde decidió pernoctar, descansando de un duro día por la campiña rusa. En la casa donde se alojó vivía la amiga de una de las únicas profesoras de inglés de la región, y cuando digo región, hablo de unos cientos de kilómetros a la redonda (no olvidemos lo remoto de Siberia). Esta amiga localizó a la profesora y le contó que había un inglés alojado en su casa, y la profesora preguntó por teléfono a Ian si sería tan amable de pasar el día siguiente por su escuela, localizada a unos cuantos kilómetros de ahí, para que sus alumnos pudieran hablar con un inglés nativo. Ian accedió gustosamente, y al día siguiente puso rumbo a la escuela, en un pueblo aún más remoto y lejano. Allí pasó unos días magníficos con los niños y también con los habitantes de la localidad. Tras un par de jornadas, volvió y siguió su ruta. Para Ian fue una gran experiencia, pero seguro que mucho más para los niños de aquella escuela, que recibían la visita de un extranjero, tan poco frecuentes por esos lares.

Asegura que el mundo es seguro, amable y bonito. Nos recalca la hospitalidad de la gente allá por donde ha pasado; visión del mundo que comparte todo aquél que se ha movido por la geografía mundial de algún u otro modo, y visión totalmente opuesta a la que se nos explica. No obstante, también nos comenta que una vez pasó miedo de verdad. En Kenya fue asaltado por bandidos armados en medio de la más absoluta nada y temió por su vida. No obstante, asegura que gracias al hecho de ir en moto se salvó daños mayores. Según él, muchos ladrones persiguen el robo de todo terrenos para comercializar en el mercado negro, haciendo lo que sea necesario para reducir a los ocupantes. El hecho de ir en moto le salvó, dice Ian, pues no era un objetivo apetitoso.

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Finalmente, llegó una de las preguntas estrella, la que nos confesó le hace absolutamente todo el mundo, tarde o temprano, porque la curiosidad pica horrores en este tema. Dice así: ¿y qué piensa tu mujer de todo esto? Nosotros no somos menos, también nos pica. Así que nos cuenta, con toda naturalidad y sinceridad, que su mujer está encantada de que él esté haciendo lo que tanto desea, ahora que se ha jubilado. Que ella está bien a gusto en casa con sus hijos, nietos, bisnietos y amigas, y se han visto en algunas ocasiones durante sus viajes, en varios lugares del mundo a los que ella llegaba en avión. Esto es lo que Ian quería hacer y lo estaba soñando, y su mujer y familia lo supieron comprender y aceptar, sacrificando ambas partes muchas cosas. Ian lo deseaba con fuerza: sabía que tenía que sacrificar el estar con los suyos pero era un sueño pendiente, una ilusión, y la vida sólo se vive una vez. Un año volviendo en moto desde Johannesburgo hasta su natal Hebden Bridge le acabaron de convencer: debía hacerlo. Su gente lo aceptó, dándole alas para cumplir el deseo que le hervía por dentro.

Y así han transcurrido los últimos 13 años hasta que le han pedido que vuelva para conocer a sus bisnietos, a quienes no ha visto más que en fotos. Ian está de camino a casa ahora mismo, pero no hay fecha prevista de llegada; ocurrirá durante este año 2012, aunque antes pasará por España de nuevo, y decidirá a posteriori si va en barco desde Santander a Inglaterra, o cruza Francia y el Eurotunel. Y no, no vuelve para quedarse, porque su intención es partir de nuevo rumbo al horizonte, esta vez hacia el este, para perseguir su sombra alrededor del mundo en los próximos años. Así que tenemos Ian Coates para rato. Y que así siga.

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