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El altiplano de Ukok del Altai ruso

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En 2010 realizamos un viaje desde Barcelona hasta Mongolia como integrantes del célebre Mongol Rally. Una de las regiones que cruzamos fue el altiplano de Ukok, frontera entre Rusia y Mongolia.

A medida que empezamos a salir de las imponentes montañas de Altai, el paisaje empezó a abrirse y a lo lejos, muy muy a lo lejos, se divisaba la cordillera de montañas nevadas con el imponente monte Belucha y sus 4.506 metros de altitud como punto más alto. La atmósfera era cristalina, el azul del cielo intenso y la distancia visual parecía ser infinita, sólo obstaculizada por los accidentes geográficos y la curvatura del planeta. Detuve el coche en un prado para tomar una instantánea esférica de esa inmensidad, aunque consciente de que en dos dimensiones sería imposible apreciar la grandiosidad de ese espacio.

La carretera siguió y nos adentramos de lleno en una inmensa llanura de más de cien kilómetros de ancho y largo, rodeada por montañas, y plagada de riachuelos, piedras, hierba y musgo. Estábamos en el altiplano de Ukok.

Esta remota región del planeta, conocida también como la perla de Siberia, es la vía de acceso a Mongolia por el oeste. Es una zona de muchísima riqueza arqueológica. Considerada como Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, fue la tierra del pueblo nómada pazyryk y en ella se encontraron los restos de la que se ha conocido como la Dama de Hielo. Son los restos congelados de una mujer pazyryk enterrada aproximadamente en el año 500 antes de Cristo. Además, Ukok posee una rica fauna propia cuyo principal exponente es el snow leopard, el leopardo de las nieves.
Esta región es uno de esos paisajes siberianos clásicos y en estado prácticamente virgen, una dehesa que se extendía por kilómetros en el horizonte salpicada de hilos de agua buscando su camino y formando caprichosos meandros por la planicie. Quizás una de las estampas más bonitas del planeta.

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Pasamos por dos localidades, Kosh-Agach y Tobeler, donde las construcciones de madera eran tónica general. Mongolia ya casi se dibujaba ante nuestros ojos. De todas formas, esto aún era Rusia y las pocas casas que desentonaban en el entorno no eran yurtas sino construcciones de estilo europeo, con techo inclinado, a modo de lugar de veraneo para rusos. Pero Ukok es una región tan remota que no había ningún signo de masificación. A ojo de buen cubero, en aquellos pueblos no parecía haber más de mil personas para una región de casi unos 10.000 kilómetros cuadrados. Eso sí, la base militar rusa con material obsoleto, que no falte.

Absorto por el paisaje y la aparición de los primeros gers, seguimos circulando por la inmensidad de Ukok por una recta de asfalto de 50 kilómetros que nos dejó en la localidad de Tashanta, en la frontera con Mongolia. Decidimos parar a llenar el depósito y los bidones de gasolina en la única gasolinera que vimos. Nos esperaba lo mejor del viaje: la remota Mongolia.


Esta entrada es un fragmento del libro «22 días, 11.111km. Rally a Mongolia»,
relato de un viaje por carretera de Barcelona a Mongolia en agosto de 2010

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