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La majestuosa República de Altai rusa

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Salimos rumbo a Altai siguiendo la M-52 (la carretera Chuya). Avanzamos lentamente mientras vemos aparecer las montañas en el horizonte. Poco a poco nos van rodeando y quedamos al fin inmersos en ellas. El río Ob deja paso al rápido Katun y la carretera se adentra en un valle repleto de resorts turísticos al margen del río, con decenas de tiendas de souvernirs y bungalows en forma de tipi. Paramos a comer junto al río y, pese a los mosquitos, podemos disfrutar durante un rato del paisaje. En apenas tres días hemos pasado de la calurosa y llana estepa al fresco de las montañas y la taiga rusa.

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A media tarde emprendemos de nuevo la marcha y paramos en uno de estos resorts para rusos a ver como son. Cruzamos el río Katun por un puente colgante y llegamos al área de bungalows, construidos en medio de la taiga. Echamos algunas fotos y seguimos adelante. Esta vez la carretera se aleja del río y empieza a ascender. Al cabo de un rato aparece la niebla. Rebasando ciclistas, cruzamos el paso de Seminski, pero la niebla apenas nos permite ver el monumento al margen de la carretera. Iniciamos el descenso y poco a poco la niebla va desapareciendo para mostrarnos, imponentes ante nosotros, las montañas de Altái, patrimonio de la Humanidad.

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Durante el resto de tarde no dejó de asombrarme la belleza del paisaje. Enormes prados rodeados de majestuosas montañas. La altitud convertía el paisaje en una postal alpina, con pequeños bosques aislados. Se podían ver claramente los pliegues de la montaña con una nitidez sorprendente. El cielo era azul cristalino y el río Katun se tornó pequeño y serpenteante, salpicado de isletas arboladas, cruzando minúsculos pueblos de casas de madera. Estas tierras de chamanes han estado habitadas desde los albores de la humanidad, y aún y así parecen solitarias y deshabitadas. La vida en estos pueblos tiene aires de desasosiego y mucha tranquilidad. Las vacas pacen tranquilamente y descansan en el asfalto sin inmutarse lo más mínimo ante el paso de los esporádicos vehículos. Tenía entendido que el macizo de Altái era bello, pero estaba superando con creces mis expectativas.

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El río Katun sigue abriéndose paso entre estas montañas, llamadas también las Montañas Doradas de Asia. Sus aguas circulan por un escenario inhóspito que sólo conocerán los autóctonos, los que allí tengan propiedades o segundas residencias, y aquellos aventureros que, en su trayecto hacia el oeste de Mongolia, deban abandonar la carretera federal rusa M53 o Carretera Transiberiana para adentrarse en la M52 hacia el país de los nómadas. Lo que parece un puro trámite para llegar a Mongolia se convertirá en uno de los lugares más especiales por los que transcurriría nuestro viaje.

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Pasamos un nuevo puerto de montaña que nos adentra en el valle que nos llevará directo al altiplano de Ukok, la antesala de Mongolia. Empezamos a entrever el paisaje mongol que tanto habíamos visto en fotografías mientras preparábamos el rally. Los últimos rayos de sol nos invitan a acampar junto al agua, así que tras buscar el sitio adecuado, finalmente descendemos por la ladera hasta la orilla, cerca de la unión del río Katun con su afluente, el río Tchouïa. No estamos solos. Unos rafters rusos también van a pasar la noche en este apartado lugar del planeta, y compartimos con ellos una magnífica velada con fogata, música, una cena deliciosa y, cómo no, mucho vodka. Una manera excelente de finalizar nuestro paso por la increíble región de Altai.

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Esta entrada es un fragmento del libro «22 días, 11.111km. Rally a Mongolia»,
relato de un viaje por carretera de Barcelona a Mongolia en agosto de 2010

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