Para muchos de los participantes fue la primera vez que se adentraban en territorios más al sur de ciudades como Zagora, Tan Tan o Tata. Mauritania, por lo tanto, era un país desconocido para muchos. Y no defraudó.
Lo primero que se percibe al entrar en Mauritania es el contraste con Marruecos. El cambio es muy grande, tanto a nivel social como de paisajes. Mauritania es un país con unas infraestructuras elementales: la principal carretera de norte a sur del país existe desde hace menos de dos décadas. Antes, se circulaba por la playa… Y la expedición usa esa antigua ruta para recorrer la costa del país.
Tras acampar bajo la gran duna del PK55, nos adentramos en el Parque Natural del Banc d’Arguin, atravesando paisajes absolutamente llanos, salpicados por pequeñas dunas aquí o allí. De este modo llegamos a Nouamghar, la aldea de pescadores por la que accedemos a la playa para recorrer mas de 40 kilómetros con las dunas a mano izquierda y el océano a mano derecha. Decenas de gaviotas echan el vuelo a nuestro paso y los pescadores nos saludan, ofreciéndonos sus capturas, recién pescadas con sus barcas tradicionales pintadas con colores muy llamativos. Es precisamente en una de estas aldeas de pescadores donde acampamos, a apenas un par de kilómetros de la playa.
La etapa estrella de este año en Mauritania era la de Atar a Akjoujt, por el Adrar mauritano. Nos quedaba aún un día para llegar, a través de pistas rapidísimas hacia el este. Desde Atar, empezamos a ver que todo cambia: los pueblos, la gente, la vegetación… Surgen grandes montañas de rocas marrón oscuro y negro, milenarias, escarpadas y recortadas por siglos de geología y erosión. Atravesamos aldeas tradicionales con casas circulares de paja, repletas de niños que nos saludan a nuestro paso. Y, finalmente, llegamos a Valle Blanche.
Es quizás una de las zonas mas bonitas no sólo de Mauritania, sino de todo el desierto del Sahara entero. Vallé Blanche es un largo valle de arena y dunas, repleto de poblados y paisajes increíbles, con el espectacular paso de Tifoujar, una garganta con arena que finaliza en una subida de unos 150 metros con una inclinación considerable. Una vez arriba del paso, la visión sobre el valle es impresionante. La disfrutamos mientras comemos, aún sorprendidos y contentos por poder estar rodando por estos paisajes.
Sigue la ruta por un pequeño pedregal que nos lleva de nuevo a los ríos de arena de Vallé Blanche y a más poblados, donde hacemos entrega de material escolar y sanitario en el centro de salud de la localidad de Medda, pueblo rodeado por las dunas de Foum Tizigui. Es ese mar de dunas el que atravesamos ya con la puesta de sol, siendo la guinda final de un día sencillamente perfecto. Por la noche, todo el mundo comenta lo mucho que ha disfrutado la etapa. Es por días como éste por los que merece la pena todo el esfuerzo de organizar aventuras como ésta.
Al día siguiente regresamos a la capital por pistas rápidas. Nouackhott sorprende a todos por su caos. Es una capital en rápido desarrollo en estos años, gracias sobretodo a la inversión extranjera. Y, tras descansar medio día en la ciudad, tomamos rumbo a Senegal, a través de la destrozada carretera que une Nouakchott con el Parque Nacional de Dwaling, donde vemos flamencos, aves migratorias de todo tipo y jabalíes africanos. Cruzamos el río Senegal y ya estamos, también, en el país homónimo.